domingo, 8 de junio de 2014

luz y panorama de los insectos


Mi corazón tendría la forma de un zapato 
si cada aldea tuviera una sirena. 
Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos 
y barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos.

Si el aire sopla blandamente
mi corazón tiene la forma de una niña.
Si el aire se niega a salir de los cañaverales
mi corazón tiene la forma de una milenaria boñiga de toro.

Bogar, bogar, bogar, bogar, 
hacia el batallón de puntas desiguales, 
hacia un paisaje de acechos pulverizados.
Noche igual de la nieve, de los sistemas suspendidos.
Y la luna.
¡La luna!
Pero no la luna.
La raposa de las tabernas,
el gallo japonés que se comió los ojos,
las hierbas masticadas.

No nos salvan las solitarias en los vidrios, 
ni los herbolarios donde el metafísico 
encuentra las otras vertientes del cielo. 
Son mentira las formas. Sólo existe 
el círculo de bocas del oxígeno. 
Y la luna.
Pero no la luna.
Los insectos, 
los muertos diminutos por las riberas, 
dolor en longitud, 
yodo en un punto, 
las muchedumbres en el alfiler,
el desnudo que amasa la sangre de todos,
y mi amor que no es un caballo ni una quemadura,
criatura de pecho devorado. 
¡Mi amor!

Ya cantan, gritan, gimen: Rostro. ¡Tu rostro! Rostro.
Las manzanas son unas, 
las dalias son idénticas, 
la luz tiene un sabor de metal acabado
y el campo de todo un lustro cabrá en la mejilla de la moneda.
Pero tu rostro cubre los cielos del banquete.
¡Ya cantan!, ¡gritan!, ¡gimen!,
¡cubren! ;trepan! ¡espantan!

Es necesario caminar, ¡de prisa!, por las ondas, por las ramas,
por las calles deshabitadas de la edad media que bajan al río, 
por las tiendas de las pieles donde suena un cuerno de vaca herida,
por las escalas, ¡sin miedo! por las escalas.
Hay un hombre descolorido que se está bañando en el mar;
es tan tierno que los reflectores le comieron jugando el corazón.
Y en el Perú viven mil mujeres, ¡oh insectos!, que noche y día
hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus propias venas. 

Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!
En mi pañuelo he sentido el tris 
de la primera vena que se rompe.

Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!,
ya que yo tengo que entregar mi rostro, 
mi rostro, ¡mi rostro!, ¡ay, mi comido rostro!

Este fuego casto para mi deseo, 
esta confusión por anhelo de equilibrio,
este inocente dolor de pólvora en mis ojos, 
aliviará la angustia de otro corazón
devorado por las nebulosas.

No nos salva la gente de las zapaterías, 
ni los paisajes que se hacen música al encontrar las llaves oxidadas.
Son mentira los aires. Sólo existe 
una cunita en el desván 
que recuerda todas las cosas.
Y la luna.
Pero no la luna.
Los insectos,
los insectos solos.
crepitantes, mordientes. estremecidos, agrupados, 
y la luna 
con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.
¡¡La luna!!

New York. 4 de enero de 1930

***

“Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra…” 

 Federico García Lorca, Poeta en Nueva York 
Imagen, Autorretrato de Federico García Lorca para Poeta en Nueva York

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